Retos Y oportunidades de las izquierdas latinoamericanas
Realizada no Rio de Janeiro entre os dias 15 e 22 de junho, paralelamente à Rio+20, a Cúpula dos Povos reuniu movimentos sociais de todo o mundo para discutir as causas estruturais das crises sociais e ambientais. A Fundação Perseu Abramo esteve presente com a Tenda Milton Santos, um espaço construído em parceria com outras entidades e dedicado à promoção de debates sobre a crise do capitalismo, desenvolvimento sustentável, o papel das esquerdas no debate da sustentabilidade e outros temas.
Realizada no Rio de Janeiro entre os dias 15 e 22 de junho, paralelamente à Rio+20, a Cúpula dos Povos reuniu movimentos sociais de todo o mundo para discutir as causas estruturais das crises sociais e ambientais. A Fundação Perseu Abramo esteve presente com a Tenda Milton Santos, um espaço construído em parceria com outras entidades e dedicado à promoção de debates sobre a crise do capitalismo, desenvolvimento sustentável, o papel das esquerdas no debate da sustentabilidade e outros temas.
Durante o debate "A esquerda latino-americana e o debate sobre o desenvolvimento sustentável", promovido pelo Foro de São Paulo, a Tenda Milton Santos recebeu o escritor panamenho Nils Castro para o lançamento do livro As esquerdas latino-americanas em tempo de criar, publicado pela Editora Fundação Perseu Abramo. Castro é escritor e diplomata, lecionou em universidades do México, Cuba e Panamá. Foi assessor do general Omar Torrijos [1978-1981] e de presidentes de seu país entre 1981 e 1989. Para apresentar o seu livro, Nils Castro leu esta mensagem.
Retos Y oportunidades de las izquierdas latinoamericanas
Nils Castro
Actualmente hay gobiernos progresistas o de izquierda democrática en la mayoría de los países de Sudamérica y en dos países centroamericanos. Ellos son expresiones de una diversidad que resulta de distintos procesos nacionales pero, aunque representan diferentes propuestas político‑ideológicas y programáticas, coinciden en ciertos rasgos muy importantes.
Estos gobiernos son producto de los rechazos sociales y electorales a las calamidades socioeconómicas y morales causadas por la imposición del neoliberalismo. En unos países, esos repudios llegaron a ser tan masivos que hicieron colapsar al sistema político tradicional y posibilitaron reformas constitucionales que buscaron “refundar” el Estado1. Allí dichos gobiernos ahora tienen mayor poder institucional y pueden tomar decisiones más radicales. En otros lugares, llegaron donde están a través de elecciones realizadas bajo las restricciones del viejo sistema político. Por lo tanto disponen de menor poder institucional y pueden plantearse políticas progresistas más limitadas2.
Lo que todos tienen en común es su origen antineoliberal y, por consiguiente, su aspiración a recuperar mayor soberanía y autodeterminación, así como atender las responsabilidades sociales del Estado. Esto es, mejorar la distribución de la riqueza, la justicia y la equidad sociales, fortalecer la salud y la educación públicas, combatir la discriminación y la corrupción, ampliar los derechos ciudadanos, etc. Ese propósito común facilita la concertación entre tales gobiernos, como lo refleja el fortalecimiento del Mercosur, la formación de la UNASUR, la constitución del ALBA y, más recientemente, la creación de la CELAC. Ese conjunto de iniciativas avanza porque en cada uno de esos grupos regionales los gobiernos progresistas ejercen una influencia preponderante.
Con eso, a nivel gubernamental son ya varios los foros de diálogo, concertación y cooperación. Ello se ha logrado a través de un manejo pragmático y gradual de las coincidencias e iniciativas de los gobiernos progresistas, abordando asuntos de interés general que hacen factible involucrar asimismo a los gobiernos más conservadores. Sin embargo, aún no hemos logrado progresos igualmente notables de nuestras agrupaciones regionales de partidos y movimientos políticos, entre las cuales solo el Foro de Sao Paulo ha avanzar.
La cuestión está en que la elección de dichos gobiernos progresistas no resultó del atractivo de ofrecer una propuesta de nuevo tipo. Surgió del repudio colectivo a los deterioros que los desafueros neoliberales le han causado a nuestros pueblos. Así, éstos votaron contra lo que padecían, no a favor de un proyecto alternativo. Y esa respuesta social rechazó tanto a la situación existente como a los partidos, discursos o liderazgos que se habían prestado a administrar y justificar aquellas imposiciones y sus consecuencias.
Pero, además, en la mayoría de los casos ello sucedió en circunstancias de reflujo de la cultura política de gran parte de los electores. A eso contribuyó un conjunto de factores ya conocidos: Los efectos de la abrumadora ofensiva neoconservadora desatada durante los regímenes de la señora Tatcher y el señor Reagan, la claudicación de los liderazgos socialdemócratas que abandonaron sus principios históricos para subordinarse al empuje neoliberal, así como la extinción de las ilusiones guerrilleras, el desmoronamiento del llamado socialismo real y la irrupción temporal de una hegemonía unipolar, lo que no solo ocasionó secuelas políticas, socioeconómicas y militares, sino también equívocos efectos psicológicos, intelectuales y culturales.
Si comparamos las corrientes político‑ideológicas más activas de América Latina en los años 60 y 70 del siglo pasado con las que vinieron después, se constata que en las primeras el denominado “factor subjetivo” del proceso revolucionario estaba mucho más desarrollado que el “factor objetivo”, aunque lo estuviera en la dirección equivocada. Había proyectos revolucionarios que –acertados o no– eran capaces de movilizar audaces vanguardias políticas, dispuestas a tomarse el cielo por asalto desafiando cualquier riesgo.
Para citar un ejemplo paradigmático, cuando el Che Guevara se alzó en Bolivia, las estadísticas latinoamericanas de pobreza, explotación, hambre y marginación eran dramáticas, pero menos graves de lo que llegarían a ser en los años 90. En otras palabras, al llegar a finales del siglo XX teníamos mayores razones objetivas para rebelarnos; sin embargo, ya no quedaban proyectos revolucionarios que encaminaran la indignación social en ese sentido3. Al contrario, en los años 90 ese género de proyectos se había desvanecido sin que otros los remplazaran.
Así, cuando el disgusto de una gran masa de ciudadanos rompió con los actores políticos tradicionales y buscó otras vías, desató rebeliones urbanas que defenestraron gobiernos sin haber concebido ni preparado otras opciones. Más tarde, encontrando inesperados liderazgos de nuevo tipo, o revalorando algunas organizaciones que ya habían venido constituyéndose, como el Frente Amplio uruguayo o el PT brasileño. Por consiguiente, al volver a las urnas esa masa escogió un camino diferente, pero no el camino revolucionario ni algún otro ya conocido. Eligió una alternativa que creyó socialmente más comprometida, para mejorar la situación sin volver a pasar por anteriores riesgos, sobresaltos, represiones, ni hiperinflaciones.
En consecuencia, esa masa electoral generalmente votó por actores asociados a las izquierdas, pero no por sus anteriores programas rupturistas. Y estos actores, a su vez, captaron ese voto proponiendo programas de baja tensión, incluyentes y gradualistas para atender los reclamos populares más inmediatos. En otras palabras, llegaron al gobierno con la promesa de corregir injusticias y desaciertos, satisfacer reivindicaciones y humanizar el desarrollo, pero sin haber esclarecido aún cuál podrá ser la ruta para seguir de este punto hacia los ideales y transformaciones por los cuales las izquierdas antes pelearon. Es decir, sin haber creado otro proyecto estratégico con el cual ir más allá de recuperar principios éticos y resolver las calamidades del tsunami neoliberal.
Estos éxitos electorales, dicho sea de paso, también han renovado a un viejo antagonista. Porque las derechas y sus mentores, vencidos y temporalmente desconcertados, no perdieron su poderío económico, social y mediático. Eso les facilita rediseñar el aprovechamiento de sus ventajas para el esfuerzo de recuperar el poder político instrumentando un nuevo discurso, imagen y mitos, que nosotros deberemos saber no solo desenmascarar, sino superar.
Así las cosas, las izquierdas latinoamericanas, insertas en un mundo que con la globalización y la crisis ya no volverá a ser el mismo, ahora están en un nuevo escenario. La hegemonía norteamericana ya es menos omnipotente, hemos recuperado capacidad de autodeterminación y maniobra, tenemos un variado repertorio de gobiernos progresistas pero, entre tanto, aún no hemos creado un nuevo proyecto de mayor alcance histórico, de alcance post capitalista. Este es un reto que demanda un diálogo incluyente y sostenido, que envuelva a la pluralidad de nuestras organizaciones y corrientes de ideas, en nuestra región e incluso con las izquierdas de otras zonas planeta.
Ninguna actitud sectaria puede resolver esta situación. Intercambiar experiencias, ideas y cooperaciones entre todas las propuestas progresistas es indispensable para fecundar nuestras capacidades creativas y producir proyectos abarcadores, confiables y factibles. Ya existe una intelectualidad latinoamericana que lo anima a través de diversas páginas de prensa y medios electrónicos. Pero es indispensable sistematizar ese impulso en el interior de los partidos y movimientos, con frecuencia más ocupados en resolver confrontaciones coyunturales que en desarrollar una nueva cultura política y capacidad de previsión estratégica.
Co todo, hay fundamentadas razones para ser optimistas. Desde cuando hace 10 años fracasó el golpe de las derechas para derrocar a Hugo Chávez, América Latina ha probado distintas rutas y avanzado a grandes zancadas. No hace mucho, Jean‑Luc Mélenchon declaró que hace suyo el modelo organizativo del Frente Amplio uruguayo y la propuesta ecuatoriana de la Revolución Ciudadana, y él tiene buenos motivos para decirlo4. De hecho, las iniciativas progresistas latinoamericanas están ofreciendo alternativas atrayentes a nuestros compañeros de otras regiones del mundo.
Aunque no hemos dilucidado los necesarios proyectos de mayor plazo, estamos avanzando. Muchas injusticias se han corregido, millones de latinoamericanos han salido del hambre y la pobreza, han adquirido ciudadanía y recuperado dignidad, y a naciones enteras se les ha abierto un nuevo horizonte de esperanzas confiables. ¿Dónde radica entonces el problema? Su naturaleza fue identificada y explicada por unos de los mayores exponentes del genio creativo socialista, Antonio Gramsci, hace casi 100 años.
No solo porque hoy gran parte de Sudamérica pasa por una situación donde lo viejo está agónico pero lo nuevo que deberá remplazarlo todavía está en construcción. Más aún, porque una de las tareas fundamentales que nos falta cumplir es la de remozar la cultura política socialista de las grandes masas populares para potenciar su capacidad de impulsar los acontecimientos. Superar el rezago de los llamados “factores subjetivos”, para trazarnos una ruta más ambiciosa, ir más allá de la dramática situación objetiva y ofrecerle soluciones creíbles, factibles y sustentables.
Esto es, la misión de producir contracultura para edificar una nueva hegemonía cultural que vaya más allá de las actuales circunstancias, una cultura política alternativa que pueda prender en las masas y orientarnos por las rutas más apropiadas a cada perspectiva nacional.
Eso desborda el papel de los gobiernos progresistas. Los gobiernos administran instituciones en condiciones donde no se puede hacer mucho más de lo que cada situación les permite. No fueron electos para cumplir objetivos post capitalistas. Formular un nuevo horizonte, los vías para construirlo y educar a las organizaciones populares necesarias para despejar esos caminos, es tarea de los partidos y de las colectividades internacionales de partidos. Si esto se hace o deja de hacer, y cómo se hace, es a los partidos y liderazgos políticos a quien les cabe la mayor responsabilidad.
Pero eso no puede hacerse según las pautas de ninguna instancia transnacional, sino a partir de las experiencias y perspectivas de nuestros propios pueblos. Es decir, como expresiones y como vocación de un pensamiento nacional que, en el caso de los latinoamericanos, no es excluyente sino solidario. Porque entre nosotros ninguna causa material o simbólicamente grande es un ideal ajeno. Panamá recuperó el Canal interoceánico porque esta fue una causa latinoamericana, como la Argentina va a recuperar Malvinas, y Puerto Rico su independencia, porque estos son compromisos morales y culturales de todos los latinoamericanos.
Durante más de medio siglo nuestra América se fecundó con la llegada de ideas revolucionarias que venían de Europa, de Norteamérica y de otras latitudes, que nos ayudaron a entender mejor al mundo y nuestras posibilidades. Como las ideas emancipadoras aportadas por el liberalismo radical y el socialismo, entre otras. Sin embargo, el caso no era el de “aplicar” esas ideas a nuestras condiciones criollas, sino el de enriquecer y estimular el pensamiento propio, para que éste examine nuestras realidades y proponga cómo rehacerlas sin limitarnos a reproducir modelos foráneos, meritorios pero nacidos para cuestionar realidades y alentar expectativas distintas de las nuestras.
No han faltado quienes nos advirtieran el imperativo de crear nuestras propias aspiraciones e instrumentos. Esa es fue la materia del prodigioso ensayo de José Martí en Nuestra América. Esa fue la pasión que movió a José Carlos Mariátegui. Conocer las ideas políticas más avanzadas del planeta pero, asimismo, emanciparnos de cualquier subordinación o tutela ideológico-cultural, para así alcanzar mayor apertura creativa y mejor sintonía con el querer y el poder de nuestros pueblos. Hace ya más de 20 años, este fue uno de los propósitos de aquella inspiradora edición especial de la revista Teoría & Debate de 1991, titulada El PT y el marxismo, que cuestionó y recreó la sustentación teórica del quehacer revolucionario en clave brasileña y latinoamericana.
En un plano más modesto, esa es, por supuesto, una de las pretensiones del libro que hoy presentamos, que reexamina una diversidad de pasadas experiencias de las izquierdas latinoamericanas, para ayudar a evaluarlas, avizorar el futuro que compartimos y actualizar la aspiración de moldearlo juntos.
Al respecto, vale recordar a un maestro de varias generaciones de latinoamericanos, el argentino Rodolfo Puiggrós, quien conoció nuestra América como a la palma de sus manos, en cuyas líneas supo no apenas suponer el porvenir, sino buscarle nuevos apoyos sociales. Puiggrós recalcó que, para salir del atolladero, debemos pensar y actuar en función de América Latina, lo que demanda desarrollar una ideología revolucionaria propia, viva y creadora, que se nutra de la ciencia y la experiencia mundiales para superarlas, pero como el fruto de gérmenes específicamente latinoamericanos. Para eso advirtió que
No seremos libres de verdad y no salvaremos de la pobreza y la ignorancia a millones de latinoamericanos, mientras esa ideología revolucionaria nuestra no se adueñe de las masas trabajadoras y las haga artífices de las grandes transformaciones sociales. El colonialismo ideológico siempre acompaña al colonialismo económico y la liberación económica no es posible sin la liberación ideológica.
La creación de esa ideología que interprete las leyes de nuestro desarrollo histórico y las tendencias progresistas y emancipadoras de las masas laboriosas es, a mi entender, la tarea más apremiante y primordial que tenemos por delante […] los latinoamericanos.5
Elegir gobiernos progresistas no es la revolución que deseamos sino una coyuntura intermedia. Esta aún demanda tareas de descolonización y producción político‑cultural, y de formación de fuerzas sociales capaces de ir más allá de los actuales horizontes. Si en la vida hemos de asumir una misión que le dé sentido a tenerla y disfrutarla, esa es la nuestra. Y esta es la hora de cumplirla.
Notas
1. Bolivia, Ecuador y Venezuela.
2. Por ejemplo, no tienen mayoría parlamentaria, el poder judicial sigue en manos de la derecha, tienen pocos medios para contrarrestar a la prensa reaccionaria, etc.
3. Salvo los casos peculiares de Colombia y Perú, que tienen explicaciones históricas y socioculturales específicas de otros géneros.
4. “Tomé mis modelos en América Latina”, entrevista concedida al periódico Página 12, Buenos Aires, 3 de abril de 2012.
5. En “Las izquierdas en el proceso político argentino”. La Educación en nuestras manos, Edición Especial (Año VII), Buenos Aires, p. 50-54.