La reaparición de Raúl Castro, un hecho inusitado
Escrito por Carlos Alzugaray Treto
Para los cubanos que, a pesar de todo, aún nos interesa seriamente seguir analizando la política nacional, fue sorprendente observar lo acaecido en la plazoleta del Parque Céspedes en la ciudad de Santiago de Cuba en la noche del 1ro. de enero de 2024, en una velada solemne convocada con motivo del 65 Aniversario del Triunfo de la Revolución. Como es usual en estos casos, el primer secretario del PCC y presidente de la República, Miguel Díaz-Canel, hizo uso de la palabra con uno de sus discursos habituales para estas ocasiones. En condiciones normales, ese sería el discurso central de la actividad.
Sin embargo, lo inusitado fue que inmediatamente a continuación habló el General de Ejército Raúl Castro, a quien la prensa oficial se refiere regularmente como «líder de la Revolución». Vestía su uniforme militar.
Raúl no pronunciaba un discurso público de esta envergadura desde el 17 de abril de 2021, cuándo inauguró el VIII Congreso del Partido Comunista de Cuba. Como se recordará, ese fue el último cónclave partidista que presidió, pues durante este se eligió a Miguel Díaz-Canel como Primer secretario del Partido.
Desde entonces ha correspondido a este último pronunciar este tipo de discursos, como lo hizo los días 20 y 22 de diciembre pasado al clausurar el VII Pleno del Comité Central y al concluir el último período de sesiones de la Asamblea Nacional, respectivamente.
Fue pues un hecho inusitado que Raúl pronunciara el que fue sin duda el discurso central de la conmemoración.
Es lícito suponer que circunstancias excepcionales motivaron al líder cubano a salirse de su habitual mutismo oficial: la aguda crisis económica, social y política que vive el país y la consecuente acelerada pérdida de credibilidad y capital político de la Generación Histórica, encabezada por él, y la actual, dirigida por Díaz Canel.
También es lícito asumir que el objetivo principal de Raúl fue apuntalar al equipo del dirigente escogido para encabezar el primer gobierno de la transición generacional del poder post-revolucionario. Y a estimularlo a que haga todo lo posible para acometer lo que llamó «la compleja e inaplazable batalla económica» con «productividad, orden y eficiencia». [1]
La Revolución y el cambio generacional
Hace ya varios años se sabe que el futuro de Cuba depende de que tengan éxito los programas aprobados para producir un «socialismo próspero y sustentable». Y hasta ahora eso no ha sucedido; por el contrario, muchas personas han visto reducidas sus condiciones de vida y no hay visible una posibilidad real de que el Estado pueda garantizar un bienestar social.
Puede decirse que del éxito del desempeño en sus funciones, de esta administración encabezada por Miguel Díaz-Canel, depende no sólo su lugar en la historia cubana, sino también el de la llamada Generación Histórica. Como reconociera públicamente Raúl Castro en el 2018, cuando lo propusiera para sustituirlo como jefe de Estado, el actual presidente cubano se fue formando y resultó el seleccionado para conducir la nación en el futuro, por los que acompañaron al propio Raúl en la dirección del país a partir de julio del 2006, cuando se produjo la inesperada renuncia de Fidel Castro.
Vale la pena recordar que el grupo de dirigentes que en un momento fueron considerados los naturales herederos de la Generación Histórica por su cercanía a Fidel Castro, Carlos Lage y Felipe Pérez Roque entre otros, fueron marginados durante el mandato formal de Raúl Castro, que se extendió entre esa fecha y el 2021.
La alocución de Raúl fue un texto cuidadosamente diseñado y redactado. No hay ningún síntoma en él de que fuera una especie de pronunciamiento de despedida, como algunos han pretendido. El análisis de ese texto, aún inicial como es este, demuestra que tampoco fue un discurso cualquiera. Sus cuatro partes principales apuntan a las preocupaciones centrales de quien se ha propuesto garantizar la continuidad del sistema político que se fue forjando desde 1953, cuando se produjo el asalto al Cuartel Moncada —fecha que se entiende como inicio de la Revolución—, hasta 1976, cuando la aprobación de la Constitución da fin el período de provisionalidad y se instaura un nuevo Estado declaradamente socialista.
Aclaro, porque lo considero necesario, que en este ensayo parto del presupuesto que se puede sostener la hipótesis de que en Cuba han habido tres procesos revolucionarios distintos encabezados por tres generaciones que en su momento fueron la vanguardia patriótica del país: la Revolución de Independencia de 1868 a 1898, frustrada por la intervención militar norteamericana de 1898 a 1902; la Revolución del 33, también frustrada por una injerencia norteamericana —esta vez diplomática y no militar— apoyada por un sector doméstico pro imperialista; y la Revolución Cubana de 1953-1976 que derrocó el antiguo régimen neocolonial impuesto por Estados Unidos y estableció una República Socialista.
Hay un hilo conductor entre los tres y es el empeño que han desplegado las vanguardias patrióticas progresistas en cada uno de esos momentos históricos por crear una República tal y como la soñó Martí, con sus cuatro componentes: independencia nacional, justicia social, buen gobierno y economía auto sustentada.
En cuanto al proceso político que vive el país desde la segunda mitad del siglo XX se puede afirmar que grandes mayorías de ciudadanos pudimos aceptar sin mucha discusión que Fidel Castro y Raúl Castro gobernaran a nombre de «La Revolución» pues eran sin duda los que podían asumir ese manto de ser los «padres fundadores» de un proceso que, a partir de la toma del poder por las fuerzas revolucionarias de entonces, realmente transformaron el país en la dirección general a la que aspiraban las masas populares.
Sin embargo, para los que le sucedan en el gobierno de Cuba, por muchas apelaciones que hagan a «la continuidad», se les va a ser mucho más difícil poder invocar a «la Revolución» y a «los revolucionarios» para legitimar su mandato. Es más apropiado llamarles «la generación post revolucionaria» y calificar el período en que están ejerciendo el gobierno como «post revolucionario».
Las distintas generaciones que conviven hoy en la sociedad cubana evaluaran este primer período post revolucionario como exitoso o no dependiendo de que sus dirigentes, no sólo logren defender y mantener los principales logros alcanzados en términos de independencia nacional y justicia social entre 1953 y 1976 —y que muchos de ellos se mantuvieron durante algún tiempo en el nuevo Estado conformado—, sino que agencien el establecimiento y consolidación de una economía que pueda auto sostenerse y prosperar sin apelar a aliados benefactores. A esto también debe sumársele los retos para construir una verdadera democracia social republicana basada en la participación y deliberación real de la ciudadanía.
Al menos esas son mis aspiraciones personales a las que tengo derecho como ciudadano pero también como alguien que sí se consideró «revolucionario» cuando entre 1959 y 1961 se incorporó al proceso y lo sirvió hasta el día de hoy.
Denuncia y condena de la hostilidad permanente de Estados Unidos
La primera parte, en la que se condena y denuncia la política de Estados Unidos hacia Cuba, no se diferencia mucho de lo que ha venido diciendo el presidente Díaz Canel. «La política de hostilidad permanente y de bloqueo del Gobierno de los Estados Unidos es la principal causa de las dificultades de nuestra economía», afirmó el líder histórico.
Sin embargo, vale apuntar dos aspectos. En su discurso previo, en el 2021, a pesar de que la administración Biden no daba señales de abandonar las medidas crueles impuestas por el presidente Trump en su último período, Raúl Castro no dudó en ofrecer una rama de olivo:
«Ratifico desde este Congreso del Partido la voluntad de desarrollar un diálogo respetuoso y edificar un nuevo tipo de relaciones con los Estados Unidos, sin que se pretenda que para lograrlo Cuba renuncie a los principios de la Revolución y el Socialismo, realice concesiones inherentes a su soberanía e independencia, ceda en la defensa de sus ideales y el ejercicio de su política exterior…» (Informe Central al 8vo Congreso del Partido Comunista de Cuba).
Esa referencia constructiva estuvo ausente en esta ocasión. Por el contrario, se pueden calificar de «duras» e «intransigentes» las palabras de Raúl. Pero es lógico que eso sea así si se tiene en cuenta la actitud poco conciliadora de Biden, quien ha mantenido a Cuba en la lista de estados promotores del terrorismo y otras sanciones extremas de Trump.
Por añadidura, Raúl Castro pudiera estar personalmente defraudado porque fue él quien acometió la negociación con Barack Obama para normalizar las relaciones en el período 2013-2014, a pesar de los riesgos que ello entrañaba para un líder con su trayectoria al lado de Fidel. Bueno es reconocer que esa actitud audaz de la diplomacia cubana durante la presidencia de Raúl Castro logró algo que parecía improbable sin una negociación: la liberación de los tres agentes anti terroristas de la «Red Avispa» que aún quedaban en cárceles norteamericanas, a la altura de 2013.
Esta negociación y sus resultados no estuvieron exentas de controversias, incluso de críticas por el propio Fidel Castro.[2]
La unidad es nuestra principal arma estratégica
La segunda parte del discurso de Raúl tuvo como hilo conductor una frase que utilizó con todo propósito: «La unidad es nuestra principal arma estratégica». Aunque es un llamado bastante común en la mayor parte de los pronunciamientos políticos de dirigentes cubanos, hubo tres elementos que no son frecuentes:
- Definió la unidad en términos más inclusivos que lo que usualmente hace el presidente Díaz Canel: «En la Revolución Cubana ha tenido cabida cada patriota sincero, con el único requisito de estar dispuesto a enfrentar la injusticia y la opresión, a trabajar en bien del pueblo y a defender sus conquistas».
- La asoció a la aceptación de ideas y criterios diferentes: «En esa fragua de acción y pensamiento se forjó nuestro Partido, ajeno al autoritarismo y las imposiciones, escuchando y debatiendo los diferentes criterios y dando participación a cuantos estén dispuestos a sumarse a la obra».
- Realizó un llamado específico a la necesidad de la participación de las instituciones armadas de manera diferenciada: «La unidad formada por el Partido, el Gobierno, las organizaciones de masas y todo nuestro pueblo, y como parte de este los combatientes de las Fuerzas Armadas Revolucionarias y del Ministerio del Interior…»
De la Generación Histórica a la primera generación post revolucionaria
La tercera parte estuvo dedicada a un tema político fundamental y es la relación entre la Generación Histórica y la que actualmente dirige el país, encabezada por Díaz-Canel: «Sé que expreso el sentir de la Generación Histórica al ratificar la confianza en quienes hoy ocupan responsabilidades de dirección en nuestro Partido y Gobierno, y en las demás organizaciones e instituciones de nuestra sociedad, desde los más altos cargos hasta las decenas de miles de dirigentes de base que están en la primera línea de combate».
En su apoyo citó unas palabras de Fidel Castro, pronunciadas en el acto de fundación de la Asociación de Combatientes de la Revolución Cubana, el 7 de diciembre de 1993. Con ellas prácticamente concluyó su discurso:
«…No hay contradicciones generacionales en la Revolución por una simple razón: porque no hay envidias ni ansias de poder entre sus hijos. Ninguno de los viejos luchadores nos aferramos a cargos ni nos consideramos acreedores de la patria por haberle prestado un servicio, y mientras nos queden fuerzas estaremos en el puesto que se nos asigne, por modesto que sea».
Esta afirmación estuvo apuntalada con un testimonio gráfico: en la portada de la edición digital del Granma del 2 de enero aparece una foto del presidente Díaz Canel rodeado por Raúl Castro, Ramiro Valdés y José Ramón Machado Ventura.
Otro detalle importante resaltado en esta parte del discurso fue la sugerencia de que los cuadros que formaban el actual gobierno tenían que estar dispuestos a ceder sus posiciones en determinadas circunstancias y así dijo: «Quienes, por insuficiente capacidad, falta de preparación o simplemente por haberse cansado, no estén a la altura que exige el momento, deben ceder su puesto a otro compañero o compañera dispuesto a asumir la tarea».
Lo que no queda claro es si esta apelación a la confluencia entre ambas estirpes está dirigida a que los miembros de la Generación Histórica que todavía tienen roles gubernamentales o similares, se abstengan de interferir o de criticar al actual presidente o si, por el contrario, el llamado va dirigido a que Díaz Canel y su actual gabinete de gobierno acepten una especie de rol fiscalizador de esos integrantes de la Generación Histórica. Cada cual puede sacar sus propias conclusiones.
La compleja e inaplazable batalla económica
Al apoyar al primer ministro, Manuel Marrero, Raúl Castro puso nuevamente en el tapete la alta prioridad que debe tener resolver los problemas económicos del país. «Como explicó de forma diáfana el primer ministro, compañero Manuel Marrero, hace solo unos días en la Asamblea Nacional del Poder Popular, en la compleja e inaplazable batalla económica es imperativo avanzar en productividad, orden y eficiencia».
Resulta ilustrativo que añadiera el término de «inaplazable» al de «compleja», más habitual, al referirse a la «batalla económica» y que enumere como objetivos fundamentales «avanzar en productividad, orden y eficiencia».
Finalmente, instó a los cuadros «a no ser ingenuos ni triunfalistas, a evitar respuestas burocráticas y cualquier manifestación de rutina e insensibilidad, a encontrar soluciones realistas con lo que tenemos, sin soñar que algo nos vaya a caer del cielo». En el contexto cubano es importante la última parte de esta frase. Este tipo de manifestaciones concretas y pragmáticas no abundan entre los dirigentes del país.
El papel de las instituciones armadas: «alma de la Revolución junto al PCC»
El representante de la Generación Histórica terminó con una nueva mención a las Fuerzas Armadas y el Ministerio del Interior, demostrando una vez más el rol importante que les tiene asignado:
«En este supremo empeño, las Fuerzas Armadas Revolucionarias y el Ministerio del Interior, fieles y seguros guardianes de la Revolución, participarán decididamente. Si ayer de las armas victoriosas del Ejército Rebelde emergió libre, hermosa, pujante e invencible la patria nueva, hoy puedo afirmar que ante cualquier amenaza o debilidad sus combatientes no renunciarán a continuar siendo, junto al Partido, el alma de la Revolución».
Esta referencia a que los institutos armados, junto al Partido, constituyen el «alma de la Revolución» recuerda el excelente estudio que realizó sobre el tema Mario Valdés Naiva el 21 de abril del 2021 en las páginas de esta revista, precisamente con el título de El Alma de la Revolución, en el cual analizó el origen martiano de la frase y su evolución desde que Fidel Castro la utilizara para caracterizar al Ejército Rebelde para después asociarla al Partido. Raúl ha preferido seguir otra línea, asociándola a las FAR. Ello adquiere una importancia peculiar en la actualidad si se tiene en cuenta que, a través de GAESA, las Fuerzas Armadas han adquirido una importante influencia sobre la economía —no exenta de cuestionamientos—, que es donde está el frente fundamental de batalla del presente gobierno.
Se van acabando los tiempos
Aquellos segmentos del VII Pleno del Comité Central y de la sesión de la Asamblea Nacional que se pudieron ver en la Televisión Nacional a fines de diciembre, subrayaron la gravedad de la situación del país. Al fin, desde las más altas instancias, se reconoció que «las cosas no estaban saliendo como se esperaba», lo cual es sin duda un eufemismo, y aunque sin especificar ni deslindar responsabilidades, se aceptó que había errores, aunque los detalles se ocultaron detrás de una minuciosa descripción de los males que le trae al país la tupida madeja de medidas coercitivas unilaterales que constituyen el bloqueo que Estados Unidos le tiene impuesto a Cuba. Estas últimas son reales. Negarlas no es admisible. Pero tampoco se puede desconocer el peso de los errores e insuficiencias del actual gobierno, que también es heredero de otras deformaciones internas que se fueron acumulando durante sus años precedentes.
Después de un enorme esfuerzo político por elaborar un programa de reformas que se inició cuando en julio del 2007, el propio Raúl Castro apeló a cambiar estructuras y conceptos según fuera necesario y concluyó en el 2011 con la aprobación de los Lineamientos para la Actualización del Modelo Económico en el VI Congreso del PCC; no obstante, paradójicamente todo ese programa se ha venido demorando y posponiendo. Ello incluso durante el mandato de Raúl Castro como presidente y primer secretario del PCC. Este asunto lo analicé con mayor profundidad en mi ensayo «Cuba cincuenta años después: continuidad y cambio político», publicado por la revista Temas (No. 60, Octubre-Diciembre de 2009, págs. 37-47).
Es obvio, aunque no se diga públicamente con tanta crudeza, que el gobierno está en bancarrota, y que carece de los recursos financieros mínimos para enfrentar la crisis. Hay, además, un nuevo entramado político que dificulta la gobernanza, con un conjunto de actores económicos que sí parecen disponer de recursos para construir grandes hoteles o importar productos suntuosos. De ahí que las medidas propuestas por el primer ministro parezcan extremas, lo que se reafirma con su definición de que se está en una economía de guerra.
No obstante, desde la ciudadanía el gobierno aparece atrapado en el hábito de actuar con voluntarismo e improvisación ante situaciones críticas que casi nunca prevé.
Por otra parte, se demoran de manera inaceptable decisiones de más calado y relacionadas de manera fundamental con la reforma profunda que el entramado económico necesita, y que ya fueron delineadas de manera global cuando se aprobaron los Lineamientos para la Actualización del Modelo en el 2011. El más reciente ejemplo de esta tendencia a demorar lo inaplazable es el proyecto de Ley de Empresas.
En todo gobierno hay distintas tendencias y el cubano no puede ser una excepción. Solo que, dado el carácter opaco de los procesos de tomas de decisiones en Cuba y la función de una prensa más centrada en la propaganda que en el análisis y la rendición de cuentas, a los ciudadanos nos cuesta mucho trabajo saber por qué se demoran decisiones estratégicas y quiénes son los que las entorpecen. En tales circunstancias es lícito suponer que hay condiciones para que se agudicen las contradicciones internas. De ahí que el claro llamado de Raúl Castro a la unidad sea fundamental como lo es también que lo vincule a «la inaplazable batalla económica».
Pero el tiempo para «cambiar todo lo que deba ser cambiado» se está agotando, tanto en términos económicos y políticos reales, como por el simple hecho de que al gobierno de Díaz Canel le quedan solamente cuatro años de su segundo y último mandato.
De acuerdo con la Constitución, el presidente es reelegible solo una vez. Díaz Canel ya lo fue el año que recién terminó. En el 2028 concluirán sus dos mandatos. Habrá entonces que buscar un candidato que, también según estipula la Constitución, no podrá ser mayor de 60 años.
El discurso de Raúl Castro pudiera estar diseñado para darle al presidente Díaz Canel el oxígeno que necesita para insuflar, sin interferencia, un fuerte impulso a las reformas que muchos de los economistas cubanos recomiendan y la inmensa mayoría del pueblo espera y exige.
Ojalá los actuales dirigentes la sepan aprovechar con el realismo, la voluntad y la audacia que no han mostrado hasta ahora. De hoy a abril de 2028 no queda mucho tiempo.
[1] Todas las citas del discurso de Raúl Castro están tomadas de la versión publicada en el Granma, en su edición digital del 2 de enero del 2024: «Vamos a salir de estas dificultades, como lo hemos hecho siempre, ¡combatiendo!»
[2] Recuérdese la reflexión del máximo líder de la Revolución del 28 de marzo del 2016 titulada «Mi hermano Obama».
CARLOS ALZUGARAY TRETO
Embajador y Profesor Titular retirado, analista internacional independiente y ensayista