Si se examina la política exterior del gobierno Lula en su primer año, el balance es muy positivo. Quizá ello se perciba más nítidamente en el exterior que en Brasil mismo.
por Niko Schvarz

Niko Schvarz*

Si se examina la política exterior del gobierno Lula en su primer año, el balance es muy positivo. Quizá ello se perciba más nítidamente en el exterior que en Brasil mismo. Esta afirmación general no implica caer en panglossianismo, cerrar los ojos a las enormes dificultades, mayores sin duda a las esperadas, a las trabas interpuestas por los grandes centros del poder mundial, a las carencias y al enlentecimiento de los ritmos. Pero se ha dado un gran envión inicial en la buena dirección y se han concertado uniones y alianzas entre fuerzas diversas para llevar las iniciativas a la práctica. Todo ello repercute en el terreno internacional y se orienta a un cambio en la correlación de fuerzas a nivel mundial en favor de las aspiraciones de la mayoría de la humanidad.

Hoy está en cuestión el destino de la civilización. Vivimos una situación de guerra, abierta o solapada y de ocupación militar de varios países. EEUU pretende imponer al mundo la doctrina de la guerra preventiva, que cercena las normas de convivencia entre las naciones. En este panorama, la vigorosa política exterior brasileña es un aporte apreciable a la causa de la paz y a la vigencia del derecho internacional, principios que ha hecho prevalecer en todos los ámbitos, incluída la ONU.

El otro enorme problema mundial es el de la pobreza y el hambre, que degrada la condición humana y el sentimiento de autoestima. Recuerdo que cuando se hablaba del mercado como suprema panacea, Lula señalaba que gran parte de los brasileños está totalmente fuera del mercado. El plan Hambre Cero pasó a ser un tema de definición, ya no solo en Brasil, donde está dando los primeros pasos, sino en el ámbito mundial. Lula lo llevó del Foro Social Mundial III de Porto Alegre al Foro Económico de Davos y luego a la reunión del G7+1 en Evian, lo planteó en la Asamblea General de la ONU y luego del viaje a la India promovió en Ginebra, con apoyo de Kofi Annan y de los presidentes Chirac y Lagos, el lanzamiento de una campaña global contra el hambre y la pobreza. Con la particularidad de que se esbozaron soluciones de financiación, como la tasación a la venta de algunos tipos de armas y a ciertas transacciones financieras (al estilo de la tasa Tobin). El tema se traslada a América Latina. Según el secretariado ejecutivo de CEPAL, la pobreza y la indigencia crecieron en la región: 227 millones (44,4%) viven bajo la línea de pobreza y 20% en la pobreza extrema. Lula anunció su propósito de reunir en New York antes de la Asamblea General de la ONU en setiembre, más de 30 jefes de estado o de gobierno para concretar las formas de recaudar recursos destinados a crear el fondo de combate al hambre.

Con estas acciones convergentes Lula contribuye a crear conciencia mundial sobre este problema capital. Es una condición necesaria, aunque –obviamente- no suficiente, para echar a andar. Como dicen los chinos, para recorrer mil li hay que comenzar por el primer paso. Crear conciencia mundial resulta imprescindible porque los cambios en estos temas vitales sólo podrán lograrse con la acción mancomunada de los pueblos, de sus organizaciones múltiples y ramificadas, y de los gobiernos empeñados en alcanzar idénticos objetivos de bien común.

La otra constante de la política exterior brasileña es la búsqueda de alianzas y acciones concertadas entre las naciones del sur del mundo. Entre sus iniciativas múltiples en la materia se destaca la creación del G-3 con la India y Sudáfrica. Este quedó refrendado por la gira a los países africanos: Sâo Tomé e Príncipe, Angola, Mozambique, Namibia, para culminar precisamente en Sudáfrica, lo cual ha aproximado a Latinoamérica en su conjunto a su vecino continente africano y fue seguido por la visita a los países árabes (Siria, Líbano, Egipto, Emiratos y Libia), el viaje a la India con la firma de importantes acuerdos bilaterales y la proyectada visita a China. En estos casos se procuró valorizar el potencial de los países del sur, sus posibilidades latentes de desarrollo, la intensificación de sus vínculos mutuos en materia comercial y a la vez con una fuerte impronta cultural, la ayuda recíproca sobre todo en salud y educación, destacando las posibilidades de acciones concertadas incluso ante organismos internacionales como el FMI y la OMC. Precisamente en la reunión de la OMC en Cancún (setiembre 2003) Brasil fue el animador de la creación del G-20, que se plantó frente a dicho organismo con las reivindicaciones de los países del sur y puso freno a las imposiciones de las potencias del primer mundo. Fue una acción de resistencia contra ese centro de poder real. En la reunión de UNCTAD a realizarse en junio en Brasil con la presencia del primer ministro indio, Lula propondrá a las naciones del G-20 la firma de acuerdos con la India similares a los suscritos por su país.

En este plano, sin duda lo más importante es el poderoso impulso al Mercosur dado por Lula antes aún de asumir, con su visita a Buenos Aires. En este lapso se han producido importantes avances en el proceso de su extensión a toda América del Sur, aunque persisten trabas para adoptar algunos nuevos institutos propuestos. El Parlamento del Mercosur, por ejemplo, es objetado por el gobierno y políticos conservadores de Uruguay, sin advertir que organismos de este tipo, valga el ejemplo europeo, favorecen más a los países más pequeños. El avance más relevante es el acuerdo de libre comercio entre el Mercosur y la Comunidad Andina de Naciones (CAN) suscrito el 3 de abril en Buenos Aires, respecto al cual resulta compartible la siguiente apreciación de Itamaraty: “Culmina así un proceso negociador iniciado ocho años atrás y que cobró impulso en 2003. El nuevo Acuerdo completa la aproximación entre el Mercosur y la Comunidad Andina, toda vez que Bolivia y Perú, los otros dos miembros del CAN, ya habían signado acuerdos similares con el Mercosur, del cual son miembros asociados. El Acuerdo constituye un paso importante en la configuración de un espacio de integración sudamericana. Concluido el proceso de desgravación tributaria previsto, quedará constituida una zona de libre comercio entre el Mercosur y el CAN, que abarca una población de aproximadamente 350 millones de habitantes y un PBI cercano al trillón de dólares. Además de un incremento sustantivo del comercio, se crearán condiciones para una mayor integración de las cadenas productivas, mejoras de competitividad de las empresas con un aumento en la escala de los mercados y mejor utilización de los insumos regionales. Se verán también ampliadas las posibilidades de cooperación entre los países miembros de los dos bloques”. Este acuerdo constituye la base para una comunidad sudamericana de naciones, tomando en cuenta que Chile, además de mantener acuerdos bilaterales con naciones andinas, ya adhirió al Mercosur en calidad de país asociado. Gazeta Mercantil opina que se dio un gran paso rumbo al Amercosur; sólo falta agregar Guyana y Surinam, lo que se verá facilitado por los proyectos de conexión terrestre de Brasil con esos países de su frontera septentrional.

Así concebido, el tema de la integración sudamericana no genera problemas de liderazgos o de preeminencias, sino que se trata de definir el destino común de la nación sudamericana. Es más: la alianza entre Argentina y Brasil en el seno del Mercosur reposa sobre sólidos fundamentos. En octubre de 2003 se suscribió entre ambos el Consenso de Buenos Aires, que prioriza el crecimiento sobre el reclamo de los acreedores, defiende el multilateralismo y la igualdad soberana de los estados, y cuya relevancia internacional se acrecienta por estar concebido como el reverso del Consenso de Washington. Más adelante Lula y Néstor Kirchner suscribieron el Acta de Copacabana y la Declaración sobre cooperación para el crecimiento económico con equidad (Río de Janeiro, 16 de marzo), en que fijan su pleno acuerdo sobre múltiples temas: actuación conjunta en la ONU y en el Consejo de Seguridad, condena a todas las formas de terrorismo, acuerdo del Mercosur y la Comunidad Andina con vistas a una Comunidad Sudamericana de Naciones, negociaciones con la Unión Europea, acuerdo comercial Mercosur-India, cumbre de países sudamericanos y árabes, impulso a la conferencia regional de empleo del Mercosur, colaboración entre las representaciones diplomáticas y consulares de ambos países, impulso a obras de infraestructura, coordinación energética, premios binacionales de arte y cultura. Reviste gran importancia el punto primero de la declaración, que establece: “Conducir las negociaciones con los organismos multilaterales de crédito, asegurando un superavit primario y otras medidas de política económica que no comprometan el crecimiento y garanticen la naturaleza sustentable de la deuda, de modo de preservar incluso la inversión en infraestructura”. Esto constituye un elemento nuevo en las relaciones con los organismos financieros internacionales. Brasil y Argentina coordinaron una orientación común en las negociaciones de cada uno con el FMI. Más todavía: en la 45ª asamblea anual del BID efectuada a fines de marzo 2004 en Lima, Brasil planteó excluir las inversiones en infraestructura del cálculo del superavit primario establecido por el FMI (es decir, que no sea considerado como gasto), y logró el apoyo de todos los países de América del Sur más México, y del presidente del BID, Enrique Iglesias.

El Frente Amplio uruguayo expresó su apoyo al Acta de Copacabana y a la Declaración conjunta, por considerarlos un aporte constructivo al desarrollo regional y al saneamiento de las relaciones internacionales. En este período se han podido constatar en Uruguay efectos beneficiosos de la integración regional. Se suscribieron acuerdos sobre el “ciudadano de frontera” entre Uruguay y Brasil, relativos a permisos de residencia, estudio y trabajo que mejorarán las condiciones de vida de los residentes en las zonas limítrofes. También se concretaron acuerdos energéticos con Brasil para enfrentar una emergencia crítica. Desde luego: si se concreta la posibilidad cierta de que el Encuentro Progresista-Frente Amplio-Nueva Mayoría acceda al gobierno, de ello derivará también un impulso considerable al Mercosur, tratado con renuencia por el actual gobierno, el cual prioriza las relaciones bilaterales con EEUU. De paso sea dicho, estudios históricos demuestran que EEUU se opuso siempre a los entendimientos entre Brasil y Argentina, y su diplomacia procuró invariablemente azuzar las contradicciones entre ambos.

A mediados de abril irrumpió en forma sorpresiva la propuesta del gobierno mexicano de integrar el Mercosur como miembro pleno. El planteo resulta extraño, dado que en los días previos tanto el canciller Derbez como el presidente Fox se habían manifestado a favor de un acuerdo de libre comercio entre México y el Mercosur. Por añadidura, resulta difícil compaginar el ingreso de México al Mercosur con su pertenencia al NAFTA, que liga a los tres países de la América del Norte.
Todo esto se relaciona con el ALCA. Abordamos el tema a partir de un ilustrativo estudio de Marco Aurelio García, que demostró ya hace años que dicho proyecto se basa en la Iniciativa para las Américas lanzada por el presidente Bush padre en 1990 con el objetivo de reforzar el dominio de EEUU sobre todo el continente, características que se han visto reforzadas en el período transcurrido. En sus relaciones con la América sureña, EEUU pretende mantener todos sus privilegios, particularmente en materia de subsidios agrícolas, e imponer sus intereses en materia de compras gubernamentales, servicios, patentes, y otros. Desde su reunión inicial con Bush, Lula dijo que Brasil defendería sus intereses con la misma intensidad con que EEUU defiende los suyos, con la particularidad de que al hacerlo contempla a la vez los intereses de América Latina en su conjunto. De hecho, Brasil y Argentina, también Venezuela, constituyeron el núcleo duro de oposición al proyecto de ALCA que pretendía imponer EEUU. Fracasó la reunión de Puebla, como la de la OMC en Cancún, y en ambas se expresó una nueva realidad continental. De una postergación a otra por falta de acuerdo (y porque EEUU no puede rebajar los subsidios en un año electoral) quedó sepultada la posibilidad de que el ALCA se concrete en 2005, como aspiraba el gobierno de Washington.

En otros campos de Nuestra América se ha desplegado también la iniciativa brasileña. Uno fue su gestión diplomática conjunta con Argentina para hallar una solución a la dramática situación boliviana en octubre de 2003, sin derramamiento de sangre y con la normal transferencia del gobierno. Otra es su propuesta de conformación de un amplio grupo de amigos de Venezuela para evitar que la tensa situación interna desemboque en una guerra civil. La tercera se refiere a la búsqueda de una solución pacífica y negociada en Colombia en medio de las tensiones generadas por el Plan Colombia, la activación de bases militares y los desbordes represivos.

Un problema que se plantea a todo gobierno de izquierda que llegó para cambiar es el de sus márgenes de maniobra, los límites de su política, la tensión entre la voluntad de hacer y las posibilidades reales, acotadas por la situación heredada y las presiones externas. A la vez, no debe resignarse ni acomodarse a las dificultades ni invocar esa herencia maldita, sino hacer lo posible y lo que a primera vista puede parecer imposible a fin de viabilizar los cambios. En la historia –obra de los hombres, en última instancia- se realizaron obras que evaluadas por antiguos parámetros parecían imposibles. Hay en primer lugar un problema conceptual, vinculado a lo que anida en la cabeza de millones de seres humanos. La lucha contra el pensamiento único es esencial. He visto sostener en debates sobre la política brasileña la tesis del piloto automático, que considero paralizante y que niega a priori la acción política. Lula colocó el acento de entrada en el campo de las ideas, de crear conciencia nacional y mundial de los problemas reales y de las vías para resolverlos, y llevó esa concepción a su país, al continente y al mundo. No vaciló en librar la lucha en territorio enemigo. Seguro de sus verdades, las defendió en todas partes. Creo que se rebaja y se denigra el nivel de la discusión cuando se usa el calificativo de pragmático para desnaturalizar estas acciones políticas. Porque de lo que se trata es no sólo de comprender e interpretar, sino de cambiar en los hechos, en la vida real. El arte es encontrar los caminos para materializar dichos cambios, para ensanchar los límites, y ello no responde a ninguna fórmula preconcebida sino que debe descubrirse por la vía de la práctica humana y social, sobre todo para unir a las fuerzas que traduzcan esas ideas en realidad. El resto es literatura. En todo caso, el papel de los intelectuales, que a veces asumen el cómodo papel de erigirse en conciencia crítica y señalar lo que falta hacer, es el de contribuir a crear esa conciencia, sin olvidar que las ideas se transforman en una fuerza material y definitoria cuando pasan a ser patrimonio de las grandes masas del pueblo. En el terreno internacional Brasil está protagonizando una experiencia inédita, que apunta a un cambio sustancial en temas fundamentales de la humanidad. El desenlace de esta batalla no está escrito en la rodilla de los dioses. Depende de la lucha de grandes masas de hombres, movidos por una clara conciencia. Esta es la gran lección de la historia y de alguna manera, quizá a los tropezones, con ensayos y errores, en este mundo convulsionado Brasil está escribiendo una parte de esa historia actual, aunque a veces no nos demos cuenta, sumergidos como estamos en el torbellino de los acontecimientos, pero convencidos, eso sí, de que la humanidad merece un mejor destino y debe cambiar su rumbo.


*Publicista uruguayo, miembro de la Comisión de Asuntos y Relaciones Internacionales del Frente Amplio.

Traducido por Heyd Más

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